viernes, 4 de noviembre de 2011

Sobre el Lado Oscuro de la Ritalina y sus efectos a Largo Plazo

El siguiente escrito pretende ser un resumen de varios años de estudios del uso de estimulantes como la Ritalina y otros en niños diagnosticados con déficit de atención y sus efectos a corto y a largo plazo.
En los Estados Unidos 3.5 millones de niños americanos toman estimulantes para el déficit de atención. Según el Centro de Control de Enfermedades en 2007 de este país, uno de cada veintitrés niños americanos entre los 4 y los 17 años están medicados con estas drogas. En Colombia, no existen estadísticas estatales respecto al consumo de Ritalina. A pesar de ser un medicamento de venta restringida en el país, su uso ha aumentado al igual que el debate respecto a sus efectos.
Curiosamente, en los Estados Unidos el déficit de atención se incluyo como una discapacidad en 1991 gracias a las gestiones de CHADD, un grupo de apoyo para pacientes con déficit de atención fundado por la empresa farmaceútica Ciba-Geigy (!). CHADD comenzó a difundir a partir de 1990 que el déficit de atención se debía a un desequilibrio químico caracterizado por un sistema dopaminérgico (del neurotransmisor dopamina) subactivado. Por supuesto, acompañada a esta afirmación, se informaba al público que la Ritalina y otros estimulantes incrementan los niveles de dopamina en los espacios sinápticos (donde se produce la comunicación entre neuronas), y que estas drogas “normalizaban” la química cerebral. Lo que no se publicitaba era que, en 1997, el Textbook de Neuropsychiatry de la American Psychiatric Press confesó que “los esfuerzos por identificar un desequilibrio neuroquímico en niños con déficit de atención han sido decepcionantes”.
Debido a que la biología del déficit de atención aún no se comprende completamente, lo que la Ritalina y otras drogas hacen sobre el cerebro es perturbar los sistemas de los neurotrasmisores, inhibiendo la recaptación de la dopamina. (para que este neurotransmisor permanezca por más tiempo en el espacio sináptico). La cocaína actúa sobre el cerebro de la misma manera. La diferencia con la Ritalina es que la cocaína se despeja más rápidamente y por esto es de más corta duración, haciendo que el adicto quiera experimentar nuevamente el estado eufórico. La Ritalina o metilfenidato por su parte se despeja en forma más lenta.
En respuesta al metilfenidato , el cerebro del niño sufre una serie de adaptaciones compensatorias. Debido a que ahora la dopamina está permaneciendo por períodos de tiempo muy largos (a consecuencia de la Ritalina), el cerebro del niño disminuye su producción de este neurotransmisor. El cerebro está ahora trabajando en una modalidad tanto cuantitativa como cualitativamente diferente al estado normal.
Por supuesto que la Ritalina y otras drogas utilizadas en el déficit de atención cambian la conducta del niño. Según un estudio del psicólogo Herbert Rie en 1978 con veintiocho niños con déficit de atención en tratamiento con Ritalina, estos se observaron durante la evaluación, “planos” emocionalmente, y carentes de variedad y frecuencia de expresión emocional propia de la edad. Respondían menos, exhibían menos o ninguna iniciativa o espontaneidad, manifestaban muy pocas indicaciones de interés o aversión, mostraban nula curiosidad, sorpresa, o placer y se les veía carentes de humor. Las situaciones graciosas o comentarios jocosos les pasaban desapercibidos. En resumen, mientras los niños estaban bajo tratamiento con estas drogas, estaban relativa, pero indudablemente, indiferentes, carentes de humor y apáticos.
Los niños que están tomando Ritalina, según el psicólogo Russel Barkley (1978), presentan un aumento del juego solitario y una correspondiente reducción en su iniciativa hacia las relaciones sociales. Según la psicóloga Nancy Fiedler (1983) hay una reducción en su curiosidad por el ambiente, y generalmente, según el pediatra Till Davy (1989), “pierden su chispa”. Según un equipo de psicólogos de la Universidad de California (1993), los niños tratados con estimulantes se tornan con frecuencia “pasivos, sumisos, y retraídos socialmente”. El psicólogo James Swanson (1991) describe a algunos de los niños bajo efectos de la droga como que “parecen zombis”. Los editores de el Oxford Textbook of Clinical Psychopharmacology and Drug Therapy explican que los estimulantes frenan la hiperactividad “reduciendo el número de respuestas comportamentales.”
Si bien es cierto que a los maestros y profesores les “funciona” que estos niños tomen estimulantes, la pregunta es si realmente les ayuda a los niños dicho tratamiento. La psicóloga Deborah Jacobvitz (1990) reportó que los niños tomando Ritalina se catalogaban como “menos felices y menos satisfechos con ellos mismos y más disfóricos (cambios repentinos y transitorios del estado de ánimo, tales como sentimientos de tristeza, pena, y/o angustia). Jacobvitz dice también que cuando se trata de ayudar a un niño a hacer amigos y de mantener amistades, los estimulantes producen pocos efectos positivos significativos y una gran incidencia de efectos negativos. Otros investigadores resaltan cómo la Ritalina daña la autoestima de los niños, debido a que estos sienten que deben ser “malos” o “tontos” si necesitan tomar una pastilla. El psicólogo Alan Sroufe (1973) dice que el niño deja de creer en la salud de su propio cerebro y cuerpo, y en su creciente habilidad para aprender y controlar su comportamiento, para depender de “mi pastilla mágica que me convierte en un niño bueno”.
Por otro lado, algunos investigadores llegaron a la conclusión que tomar Ritalina no ayuda a que los niños hiperactivos que la toman se desempeñen bien en lo académico. Sroufe (1973) explica que la droga ayuda en la ejecución de tareas repetitivas o rutinas que requieran de atención sostenida, pero no mejora ni el razonamiento, ni la resolución de problemas, ni y el aprendizaje; al contrario, pareciera entorpecerse la habilidad para resolver problemas. Es decir, que los estimulantes producen un efecto sobre la manejabilidad en clase, más no en el desempeño académico.
Cuando los investigadores han querido determinar si los estimulantes ofrecen beneficios a largo plazo a los niños con déficit de atención, la conclusión es que no se encuentra ningún beneficio. Al contrario, cuando dejan de tomar la Ritalina, los comportamientos que los caracterizan se han exacerbado (por ejemplo la excitabilidad, la impulsividad y el hablar excesivo)! En una edición del Textbook of Psychiatry de la APA (1994) se admite que “los estimulantes no producen mejoría duradera en la agresividad, el trastorno de conducta, la criminalidad, los logros académicos, el desempeño laboral, las relaciones de pareja, o los ajustes a largo plazo.”
Los estimulantes causan una gran cantidad de efectos adversos tanto físicos, como emocionales y psiquiátricos, que incluyen: mareos, pérdida del apetito, letargo, insomnio, dolores de cabeza, dolor abdominal, anomalías motoras, tics, rechinar de dientes, problemas de la piel, trastornos del hígado, pérdida de peso, supresión del crecimiento, hipertensión, y muerte cardíaca súbita, depresión, ansiedad, apatía, embotamiento general, cambios de humor, crisis de llanto, irritabilidad, sensación de hostilidad frente al mundo, síntomas obsesivo compulsivos, manía, paranoia, episodios psicóticos, y alucinaciones. También se produce una reducción del flujo sanguíneo y del metabolismo de la glucosa en el cerebro.
En conclusión, la Ritalina y sus pares alteran el comportamiento de los niños hiperactivos a corto plazo de una forma en que algunos padres y profesores hayan benéfica; sin embargo estos medicamentos deteriora la vida de ellos de muchas maneras, y pueden tornarlos en adultos con una capacidad reducida de experimentar gozo.

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