miércoles, 24 de agosto de 2011

Sobre las Experiencias de la Infancia y el Desarrollo del Cerebro

Bien sea una adicción por las compras o una adicción a opiáceos, lo que nuestros cerebros están buscando a través de estas experiencias, seamos conscientes o no de esto, es obtener endorfinas. Las endorfinas son los químicos que el cerebro produce, a través del cual obtiene sensación de placer, de reforzamiento, de bienestar, y de alivio del dolor. Las endorfinas son también llamadas los “químicos del amor”, que nos conectan con el universo, con Dios, con una experiencia de totalidad, y con los demás. El circuito de la motivación y el incentivo, involucra también otro químico: la dopamina. Las drogas estimulantes como la cocaína, la nicotina, la cafeína, etc. elevan los niveles de dopamina en el cerebro, así como también lo hace una relación sexual, los deportes extremos, o la adicción al trabajo.
El problema con los adictos es que estos circuitos no funcionan adecuadamente. Las llamadas drogas adictivas, sorprendentemente, ni siquiera son muy adictivas, lo cual implica que la mayoría de personas que las prueban nunca se hacen adictas a estas. Pero existe una susceptibilidad individual involucrada que explicaría los casos de aquellos que si se hacen adictos. Según el Dr. Gabor Matte, médico experto en enfermedades crónicas, adicción y trauma en la infancia, estas personas susceptibles presentan una disfunción en estos circuitos cerebrales del placer, la motivación y el reforzamiento, y esta disfuncionalidad está causada por experiencias de vida adversas a temprana edad, y no por genética.
El cerebro humano, al contrario del de otros mamíferos, se desarrolla mayoritariamente bajo la influencia del medio ambiente. Y esto se debe a que, desde un punto de vista evolutivo, desarrollamos unas cabezas bastante grandes, con frentes amplias. Por otro lado, para caminar en dos piernas debemos tener una pelvis estrecha. Estas dos características humanas implican que, comparado con otros mamíferos, debemos nacer prematuramente, o de lo contrario, no podríamos atravesar el canal del parto.
Un caballo, por ejemplo, puede correr en el transcurso de su primer año de vida. Los humanos no podemos lograrlo antes de los dos años. El desarrollo de nuestro cerebro, el cual ocurre muy salvaguardado en otros animales dentro del útero materno, en los humanos ocurre fuera de este y bastante a merced del medio ambiente. De manera que cómo y cuáles circuitos cerebrales se desarrollan y cuáles no, depende en gran medida de este ambiente en el que nos encontramos inmersos. Es por esta razón que nuestro cerebros en desarrollo se hayan expuestos a la posibilidad de experiencias adversas en la vida temprana. Una experiencia adversa en la infancia puede provenir de una variedad de fuentes, por ejemplo, haber sido abusados, provenir de una familia o un medio ambiente familiar violento, de un padre que ha sido encarcelado, del estrés que causa la extrema pobreza, de un divorcio conflictivo, de un padre alcohólico o adicto, etc.
Cuando los niños son maltratados, estresados, o abusados, sus cerebros no se desarrollan de la manera como debían. Así es. Las personas que se hacen adictas fueron generalmente abusadas o abandonadas o desatendidas en forma grave.
Las condiciones en que los niños se desarrollan se han corrompido tanto en las últimas décadas, que el modelo para un desarrollo normal del cerebro ya no está presente para muchos niños. El Dr. Bessel Van der Kolk, profesor de psiquiatría de la Universidad de Boston, dice que el abandono o abuso de los niños se ha convertido en la preocupación número uno de la salud pública de los Estados Unidos. La forma como criamos a los niños, al menos en ese país, los está despojando de la posibilidad de generar bienestar y normalidad a estas vidas. Pensemos en las circunstancias bajo las cuales viven en Colombia mucho de nuestros niños…
La condición esencial para un desarrollo fisiológico adecuado de los circuitos cerebrales que regulan el comportamiento humano, que nos dan la empatía, el sentido social, la conexión con otras personas, y que nos permiten madurar, es la presencia de unos padres o cuidadores relativamente estables emocionalmente, que se encuentren disponibles de manera consistente, y sintonizados con nuestras necesidades físicas y emocionales.
Estas experiencias adversas en la infancia también aumentan en forma exponencial el riesgo de cáncer, presión alta, enfermedades del corazón, y otro amplio espectro de enfermedades, así como también de suicidio y muerte prematura.
Hay una conexión que es real entre las experiencias tempranas adversas y cómo viven su vida las personas, y la posterior aparición de la adicción y enfermedades tanto físicas como mentales.
Dra. Virginia Rojas Albrieux
Psicóloga Universidad Javeriana
Especialista en Neurofeedback
Certificación Othmer Method EEG Institute

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