El cerebro es un órgano maleable y capaz de
cambiar. La “plasticidad cerebral” de la que tanto se habla por estos días, no
es más que la posibilidad que tiene el cerebro de reorganizarse y generar
nuevos circuitos neuronales. Esta es la base del aprendizaje.
Durante años, la sabiduría popular ha
indicado que a medida que envejecemos, inevitablemente, nos vamos tornando
olvidadizos. Sin embargo, los últimos estudios en este tema demuestran que este
hecho no es una sentencia, sino que depende de una serie de factores, la
mayoría de los cuales están afortunadamente, bajo nuestro control.
Uno de los descubrimientos con relación a
los factores que disminuyen el riesgo de los síntomas del Alzheimer- uno de los
tipos de demencia más frecuentes- por ejemplo, son que a mayor educación e
involucramiento en actividades mentalmente estimulantes, menor posibilidad de
padecerlo. Esta premisa es applicable también a aquellas personas que tienen
familiares cercanos que padecen esta enfermedad. Dice el doctor Daniel Amen, en
su libro Making a Good Brain Great, que
“cuanto más lo usemos, más lo puedes usar”!
La salud cerebral por ejemplo, está
influenciada por el ejercicio, ya que este reduce el riesgo de demencias
relacionadas a eventos vasculares en un 40% y de discapacidad cognitiva
relacionada a cualquier causa en un 60% (según estudio de University of Lisbon).
El aprendizaje de cosas nuevas- leer, aprender
a tocar un instrumento, un nuevo idioma, jugar un juego de mesa con un grupo de
amigos, etc. promueven actividades desafiantes para el cerebro, lo cual aumenta
el número de neuronas y de conexiones entre ellas. The New England Journal of
Medicine determinó que los adultos mayores que se involucran en actividades de
este tipo frecuentemente (una vez por semana) reducen el riesgo de demencia
(63%).
La alimentación es otro factor
contribuyente en la cognición y su evolución. Lo que comemos impacta
directamente la función cerebral. Se ha podido determiner por ejemplo, que la
“comida chatarra” genera confusion mental. Una dieta sana para el corazón es
sana también para el cerebro, optimizando su salud a largo plazo y reduciendo
el riesgo de Alzheimer entre un 38 a un 48% (estudio de Columbia University).
Un estudio del
Rush Alzheimer’s Disease Center encontró que las personas que tienen propósito(s)
y sentido de vida son menos propensas a desarrollar Alzheimer o incluso deterioro
cognitivo leve. El trabajo y la familia pueden suministrar esto, al igual que
otras actividades.
El sueño es clave
para restaurar la energía mental. Es durante el sueño donde puede ocurrir toda
reparación y sanación. Las habilidades de planeación, aprendizaje, solución de
problemas, concentración y memoria están directamente relacionadas al sueño.
La meditación es una
herramienta grandiosa para fortalecer las conexiones neuronales, para procesar información
más rápidamente, y para desacelerar algunos de los aspectos del envejecimiento
cognitivo, según la University of California.
Por último,
fumar, un bajo nivel educativo, la falta de ejercicio, la depresión y la
diabetes de la edad adulta, junto con la obesidad y la tensión alta, son
factores que aumentan el riesgo de Alzheimer.
De manera que, si bien hay factores de
riesgo- como la edad y la historia familiar- que están fuera de nuestro
control, existe creciente evidencia de que sí podemos manejar otra gran
cantidad de factores relacionados a nuestro estilo de vida que disminuyen
notablemente el riesgo de padecer Alzheimer.
Por ultimo, el neurofeedback es capaz de mejorar las funciones cognitivas
en personas sanas, y es capaz de
estabilizar el desempeño de pacientes con Alzheimer. También podemos pensar en Neurofeedback
como una forma adicional de prevenir el Alzheimer, y las demencias y el declive
cognitivo en general (estudio The Effectiveness of Neurofeedback on Cognitive Functioning in
Patients with Alzheimer s Disease de Robin Elisa Luijmes University of Tilburg,
2013).
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